jueves, 19 de octubre de 2006

Alegoría de las Fuerzas Humanas


Miro a mí alrededor y observo parajes nunca imaginados.
Un prado iluminado de estrellas, inspirador de tranquilidad. Inhóspito, inalcanzable, inexplorado…


Y completamente deshabitado.

Hay paz… No puedo sentir nada; simplemente existo. Pienso, y luego existo. Como un ser individual cualquiera que ha perdido el contacto con los demás. No hay nadie cerca de mí, es el sitio ideal para pensar.
Nadie a quien escuchar, a quien soportar, con quien hablar… Nadie a quien sentir.


No hay vida más allá de las plantas, ni el agua que fluye cercana a los árboles trae siquiera un murmullo de vitalidad. Por primera vez escucho sólo mi respiración.

No lo tolero, intento alejarme de este silencio insoportable, de este ambiente que se puede cortar, antes de que sea él quien me corte a mí.

En un solo parpadeo, cambio de escena.

Miro a mí alrededor y veo una aglomeración de gente. Todos están separados entre si. Unos más cerca de otros, pero son tantos que llegan a asfixiar.
Todos se mueven dentro de su propio espacio. Algunos llegan a tocarse, se miran y sonríen. Otros se miran con odio, o con reproche.
Y cada cual irradia una luz distinta, una energía diferente al resto. Todos sienten algo distinto, que los otros alcanzan a captar, pero no lo pueden tomar como propio.


Puedo caminar entre ellos, pero me percato de que soy la única que puede hacerlo. Ninguno puede hablar, pero todos me transmiten algo distinto. Me veo envuelta en un torbellino de sensaciones, cuando dejo una, otra nueva llega a apoderarse de mí. Y así a cada paso que doy.

No piensan, no dejan de sentir…

Y no me dejan pensar, nadie hace otra cosa que moverse y difundir energía. No lo soporto, necesito un respiro, necesito salir de aquí.





Miro a mí alrededor y solo veo un yermo páramo.
Y es todo tan monótono en este lugar, que las horas parecieran caer pesadamente sobre mis hombros desnudos.

Quiero irme de aquí, pero no hay ninguna puerta de salida, y ni siquiera me di cuenta de cuándo entré.
Y aunque llore, grite, patee o pida, la salida no aparece.

Es quizás porque no hay salida.

Un cansancio insondable se apodera de mí: No puedo sentir ni pensar nada.
Mi voz se calla, ya no quiero dar explicaciones.
Mis ojos se van cerrando, caen las últimas lágrimas.
Mi cuerpo se calma, no quiero correr más.
Por fin duermo, descanso, se apacigua mi alma.

No llamen, porque no responderé.

Abro los ojos y miro a mi alrededor.
Por un segundo Sentí a alguien a mi lado, pero no hay nadie. Nadie que me acompañe, ninguna respiración junto a mi lecho.
No hay nadie aquí, pero Pienso que sí hay gente afuera. No sé si están conmigo, pero al fin y al cabo están ahí.

Me pongo de lado, y veo la tenue luz que ilumina de a poco el azul de mi pieza
Pienso que le doy mucha importancia a lo que Siento. Sigo cansada. Miro el reloj y noto con sorpresa que son sólo las 5:00 am.

Ahora sólo quiero dormir.