Se levantan apenas, se duchan, se visten, se peinan y tratan de quitarse la cara de sueño mientras toman un desayuno a medias. Medio apuradas, medio corriendo, medio a punto de llegar. Se suben al metro, escuchan música y ahí la cosa cambia un poco, mucho o nada. Se transforman, avanzan, retroceden, cambian radicalmente, se iluminan u oscurecen, descubren nuevos matices. De pronto se inspiran y buscan una válvula de escape, cualquiera. Justo ahí, en medio del mar de gente que no deja sacar un lápiz y papel. Se bajan del metro, caminan, entran y salen, se calientan con el sol de los días primaverales. Saludan, hablan, sociabilizan, y de pronto pueden hacer un mundo de una frase dicha al pasar. Ven fechas, sacan cuentas, leen de más y escriben notas al margen, con partes de si mismas o con cosas nada que ver. Se detienen un momento para escuchar a otros, para ver o anotar, y luego se reanudan, renovadas, clarificadas o con más nudos que antes. Se suben al metro de nuevo, se alimentan, caminan y miran, escuchan música otra vez y sacan cosas que les puedan servir.
Llegan a casa, giran llaves y abren puertas, si no se les quedaron adentro de casualidad. Dan vueltas, caminan, tocan un poco de guitarra para despejarse, se levantan, comen de nuevo, leen un poco más, y se lavan los dientes. Dan otro par de vueltas, conversan un rato y hacen los últimos arreglos para el día siguientes.
Casi se han ido con las actividades del día, pero cuando este termina, vuelven. Igual que antes, igual que siempre no más. Esas ideas que giran entre el pelo que se enreda en la almohada, esas dudas que quedan dando vueltas en la cama, sin dormir.
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